viernes, 15 de julio de 2011

Mi tristeza en la noche




Hubo un tiempo en el que estuve viva, en el que fui un ser humano, un ser humano felíz, un ser humano con la voluntad de la sonrisa, un ser humano que sentí su propia sangre fluyendo por sus venas, el propio latido de su corazón. Un ser humano, un ser vivo. Y me sentía viva. Pero un día, un oscuro y negro día de noviembre, supe que me sentía viva porqué él estaba vivo, que tenía la hermosa y codiciada voluntad de sonreír porqué él la tenía, que sentía mi sangre fluyendo por mis venas porqué a él le fluía la sangre por las suyas, y que sentía el latido de mi corazón, porqué el suyo, latía en su pecho.
Lo supe, porqué él murió. Y yo, morí con él.
melancolie
Aquél día me ahogué en un mar de lágrimas, pero mi océano salado sigue desbordándose por mi mirada cada día, ahogando mi corazón, aplastándolo, haciéndolo cada vez más pequeño, y no dejando espacio alguno entre mi pecho y mi espalda. Le recuerdo.
Recuerdo cada día ese beso que dio en su mano para lanzármelo desde lejos, volviéndose bajo la lluvia, en mitad de la calle, yo desde la ventana, acariciando mis labios, queriendo sentir en ellos ese beso que me lanzaba desde lejos. Recuerdo esa sensación que me invadió en ese momento, las ganas de decirle que no se fuera, que llovía mucho, que se quedara a mi lado.
Recuerdo el timbre del teléfono, la voz vacía, neutra, que nubló mi mente, recuerdo la noticia, mi alma sesgándose, mi corazón quebrandose, las manos que me sostenían en el funeral, el ataúd lleno de flores sobre el foso, la lluvia resbalando por su superficie, y mi mirada vacía, fría, buscando en mi interior el recuerdo de la última noche, de su último beso.

Recuerdo la casa, silenciosa y oscura, un templo dedicado al silencio, al vacío, a la inmensa negrura, un baluarte destinado a impedir que el sol, la luz y la risa perturbaran el dolor que imperaba en esas cuatro paredes, en las que todavía buscaba el eco de su voz, la silueta de su sombra…
 Y desde entonces, en la noche, mientras duermo, siento el frío de mi soledad en esa cama vacía en la que a tientas le busco entre sueños cuando duermo a duerme vela, y me despierto a gritos cuando me doy cuenta de que ya no está a mi lado. Siento el frío, que abraza mi corazón, el drenaje de mis fuerzas para luchar sola a respirar este sufrimiento.
 Y entonces camino descalza, atravieso el pasillo…¿Porqué? ¿Porqué tengo que soportar esta cruz tan pesada para mi alma?
 En el pasillo están sus fotos, colgadas en la pared, pero sus ojos en ellas, ya no me ven. Acaricio la pared a mi paso, me llevo el yeso en las uñas cuando la araño. ¿Porqué? Yo fui guardián de su corazón, fui enviada a cuidar de su dulzura… y nunca voy a olvidar su amor, ni la luz que brillaba en sus ojos.

Y cuando llego a la terraza y salgo, siento el frío en mis pies, el aire entrando congelado a mis pulmones, la brisa gélida en mi rostro no me despierta de ese letargo de tristeza, de soledad, de angustia… miro al cielo y siento que quiero volar, ser libre para estár con él más allá de esta vida, encontrarle en el cielo, y ver de nuevo el sol.
 Quiero morir, y cada noche espero a la muerte a que llame a mi puerta, acudiendo a la liberación de mi dolor, de mi tristeza en la noche, porqué todos los dias sueño con la luz del sol entrando en mi habitación oscura, porqué quiero encontrar una razón que justifique porqué debo seguir viva, dentro de este dolor.
así, cada noche, me siento allí, en la terraza, contemplando el cielo sin estrellas, el mundo oscuro en el que estoy imersa, hundida, me rodea. Le llamo, y cuando las lágrimas me ahogan al darme cuenta de que jamás acudirá a mi llamada, vuelvo a mi cama, y trato de conjurar su rostro en la almohada, y trato de imaginarme que me está agarrando, que me está abrazando, que me está susurrando al oído que está aquí, que siempre estará aquí, conmigo, a mi lado…
 Y quiero pensar que no me imagino esa presencia, esa sensación de que me observa, de que me susurra al oído una silenciosa canción que no logro escuchar, pero que si puedo percibir. Quiero pensar que está ahí, cuando amanece fuera, mientras que la oscuridad sigue en mi habitación, apostada en la estancia, desplegando sus negras alas alrededor de mi cama, de mi mundo, de mi amargo mundo sin él.
cada día, asfixiada por el frío de mi soledad, espero a que la muerte llame a mi puerta en medio de la noche, viniendo a buscarme, para liberarme de mi dolor, y de mi tristeza en la noche.

FIN

Elijahna

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