miércoles, 13 de julio de 2011

El juglar negro (Capítulo I)

 Durante el año 1124 de Nuestro Señor, Europa estaba llena de Juglares. De aldea en aldea, de ciudad en ciudad, de País en País, acompañados de un laúd, cantaban allá por donde iban canciones de princesas y de caballeros, de castillos y de leyendas.
 Una mañana, llegó un Juglar a Loverwood, un lejano pueblo de la Inglaterra Medieval, en el que nunca ocurría nada, y dónde casi nunca llegaba nadie, donde cada Feria del Vellón, de la Cerámica, del acero, cada festival, cada celebración, era una extraña fiesta a la que estaban poco acostumbrados. Tristan era un artesano que vivía en una de las casas mas lejanas del pueblo. Desde su ventana, pudo ver la algarabía de los niños, que corrían de calle en calle, gritando entre risas: “¡Ha Venido un Juglar! ¡Ha venido un Juglar!”
A Tristan nunca le habían gustado los Juglares. No le gustaban las canciones alegres que solían cantar, pero vivía en Loverwood, y como cada habitante del pueblo, celebró también la llegada de ese Juglar, el primero que llegaba a Loverwood en casi cien años. Dejó sus herramientas, y el lacre del obispo en el que trabajaba, para salir de su casa, y así ver al Juglar que precedía a los niños. Era un hombre elegante, vestido con una rica túnica de terciopelo magenta, con un sombrero ladeado sobre su cabeza,  y de cuyos fardos colgaba un bonito laúd. El Juglar saludaba a la gente que salía de sus casas para verle, mientras que un grupo de niños, jovenes, y también de adultos, le seguían hacia la plaza de la aldea, donde el Juglar se apostaría para cantar sus canciones.

Las gentes del pueblo, rodearon al Juglar, cuando este se sentó al borde del pozo que había en el centro de la plaza. Tristan, se hizo paso, para ver mas de cerca al juglar. Tenía los cabellos oscuros, rozándole la barbilla, y su caballo castaño pifiaba, habiendo sido atado a uno de los postes del pozo. El Juglar, flexionó una pierna, apoyó en ella su laúd, y dedicó una sonrisa y una mirada a las gentes del pueblo, antes de sugerirles, rogarles, pedirles silencio con un gesto.
 ”Gentes de Loverwood – dijo entonces el Juglar -. Hoy os voy a contar una historia, una historia que ya ha traspasado las fronteras de la tierra en  la cual nació. Una historia que vá de boca en boca, de aldea en aldea, de ciudad en ciudad…. Una Historia, que - y levantó el dedo índice - según dicen, es verdadera. Yo, amigos mios, espero que así no sea, aún mientras muchos afirmen que esa historia es verdad, pues así lo espero, y así, supongo esperareis todos, una vez la conozcais”.
 El Juglar miró a las gentes, expectantes, y Tristan, entre el gentío, sonrió.
Pensó para si mismo, que esa era la táctica de todo Juglar: jugar a que contaban la verdad.
 “¿Queréis entónces pues, que os cuente esa historia?”
 El viento se llenó de “síes” enfáticos, incluso de aplausos, y el Juglar extranjero tomó aire para continuar:
 ”Cuentan que un día, hace mucho, mucho tiempo… Una Niña, abrió los ojos un amanecer, y se encontró sola. A su lado, en la cama que ocupaba su hermano, solo encontró el cuerpo sin vida del mismo, junto a manchas de sangre. Entre lágrimas, la niña buscó a sus padres, asesinados a espada en la cama donde yacían. Y cuando la niña salió a la calle a pedir auxilio, encontró manchas de sangre en la nieve que lo cubría todo, acompañando a los cadáveres de todos los habitantes de su aldea. Un desalmado – dijo, cerrando el puño y poniéndose de pie – los había matado a todos. A mujeres, a hombres, a niños, a jóvenes y ancianos, e incluso a todos los animales del pueblo. En aquella aldea, no había ánima con vida, tan solo la de aquella niña desamparada, que buscaba entre las calles plagadas de cuerpos sin vida, que ni siquiera encontró a su paso buitres o cuervos serpenteando el cielo. La niña, llorando y desesperada, erró y erró sin rumbo, buscando a alguien a quien poder pedir ayuda, alguien que pudiera explicarla a tan corta edad lo que había pasado, alguien que pudiera cogerla en sus brazos para consolarla… pero la niña tenía hambre, estaba asustada y triste, tenía miedo, y tenía frío pues la nieve la llegaba hasta las rodillas y apenas podía andar.

”De pronto la niña cayó exahusta, y quedó en la nieve dormida.
 ” Y cuando abrió los ojos, ante ella, había una espada clavada en la nieve. Una espada inmensa y de plata reluciente, que llevaba prendido a su empuñadura un crespón negro que ondeaba en el viento. La niña no supo nunca por qué, pero se levantó, y caminó hacia la espada, y aún siendo inmensa para su diminuto cuerpo, la tomó por la empuñadura con ambas manos, y la sacó de la nieve, levantándola hacia el cielo.
 ”La niña miró a su alrededor y descubrió que una manada de lobos la rodeaba. Todos ellos la miraban, como si con sus ojos la incitaran a hacer algo, com si quisieran decirla que hiciera algo que no llegaba a comprender. Y la niña, fue consciente de todo lo que ocurría  a su alrededor, de cada ruido entre los árboles, hasta del más minúsculo copo de nieve posándose en su negro pelo, fue consciente del frío en sus pies y del peso de esa espada que sostenía, incluso de la sangre de toda la gente de su pueblo que la manchaba desde su empuñadura hasta su afilada punta. Los lobos se inquietaron en el bosque, a su alrededor, en aquél claro. Y ella los miró, y no fue consciente, sin embargo de que ya no tenía frío, de que ya no tenía hambre, de que ya no sentía pena, ni miedo, ni de que esa espada en sus manos, ya no la pesaba.
“Y uno de los lobos… aulló.
 ”Y después de él, aullaron todos.
 ” Cualquiera que hubiera visto a una niña en medio del claro de un bosque cubierto de nieve, sosteniéndo una espada manchada de sangre, y rodeada de lobos que aullaban a su alrededor, podría haberse estremecido, pero nadie vio aquella escena que aconteció hace ya muchos años, nadie lo vio, nadie vio a la niña sonreir a ese lobo que fue el primero en aullar, mientras se acercaba a él, sosteniendo aquella espada que en otras manos, había acabado con la vida de toda su familia, de toda su aldea…

”Dicen que aquélla niña, creció con los lobos, escondida en el bosque, que ellos siempre la acompañaban, allá donde fuera, y que como si de su sombra e tratara, se escurrían entre sus pies descalzos cuando caminaba por la nieve en la noche. Dicen que aquélla niña, no dormía, que nunca jamás comía, que desde el momento en que tomó esa espada, se convirtió en Inmortal, pues inmortal era el mal, que moraba en aquella espada, que convertía a su dueño en un espectro deambulante en la noche, rodeado de lobos, al amparo de la luna llena.
 ”Nadie sabía de quien era esa espada, antes que de aquella niña, solo sabían que aquel que la portaba, mató a todos los aldeanos de aquél lugar en el que vivía la niña, que años después, habría de convertirse en alguien tan letal como él.

” Y aquella niña, sintió entonces un día que ya era mujer. Y fue entonces cuando sintió que su espada la llamaba, que su espada tenía hambre, y que debía de alimentarla a ella para saciarse a si misma, y debía saciarla con sangre.
 ”Los lobos no la acompañaron aquél día, cuando adentró de noche en una aldea. Una a una, acabó con todas las personas de la misma. Como un Ángel de la Muerte, sembró la aldea de cadáveres a su paso, atravesándolos con su espada, para que la sangre corriera por la afilada hoja de esta, y así poder saciarla. Aquél día, aquella mujer, hábil y letal con la espada, solo dejó con vida a un caballo.

”El caballo negro la miró inquietandose, como si la estuviera esperando, y aquélla mujer, aquélla primera noche sangrienta, se vistió de negro, y montó a ese caballo que hizo suyo, sin silla. Abandonó el pueblo, en cuya frontera le esperaban los lobos, aullando su triunfo de sangre, y ántes de irse, arrebató de las manos un laúd a una de sus víctimas, siguiendo un desconocido instinto.
”Los Lobos la esperaban, y rodeada de ellos, montada en su caballo y con aquél laúd, la misteriosa sombra negra que cabalgaba en ese caballo negro, cruzó el bosque en busca de un refugio, uno nuevo, como cada noche, pues a partir de ese momento, aquella mujer, se hizo errante, e iba de aldea en aldea, espoleada por una fuerza misteriosa que la empujaba a marchar, viajar, errar, aniquilando a su paso a todo pueblo que encontrara para saciar de sangre a su insaciable espada, como ángel exterminador que a su paso acaba con toda vida.

 Y desde entonces, siempre enlutada, siempre con el rostro oculto bajo una capa, bajo un manto que la convertía en invisible, paraba cada noche, a tocar su laúd, rodeada de lobos, y recordó una canción que nunca había escuchado, y entonces fue cuando aquella mujer, se convirtió en El Juglar Negro.
 ”Cuando llegaba por la mañana a una aldea, todo el mundo la seguía. Todos la escuchaban su hermosa voz, cantando una hermosa canción.
Y por la noche, los mataba.
A todos."

Tristán había escuchado el relato del Juglar, sin creer en él, pero había algunos niños aterrados a su alrededor. Él no creía en las historias de Inmortales, de Juglares Negros, de Lobos y Sangre. Mirándoles a todos, el Juglar dijo:
 “Dicen que quien quiera que fuera el dueño de esa espada, era un Juglar, un Juglar que cantaba esa canción que ella fue cantando por el mundo, y que ella recordó, a través de su espada, la espada que convertía en maldito a todo aquel que la portara, haciéndole inmortal, y obligándole a repetir miles de veces, lo que aquél primer Juglar debió hacer. Esa espada maldita, era la espada de un Juglar que mató a mucha gente, y esa maldición perdura en su espada, que obliga a hacer lo mismo a todo aquél que la porte.
 El Juglar hizo girar su laúd sentandose al borde del pozo. Con una sonrisa, dijo:
 ”Os voy a cantar la canción de ese Juglar. Pero no temáis, yo no os mataré esta noche.
 Hubieron risas, mientras que sonaron los primeros acordes del laúd.

"Había una vez un Trovador
Un solitario bardo que vaga por las tierras soy
Cantando bailando encontrando una respuesta a cada por qué.
Las tabernas están llenas y una cruza mi camino, también.
Apenas podría premiarme con una cerveza o dos
Esta posada el lugar de muchos cuentos románticos
En el desván las mujeres sus ventas ofrecen
Pero mis ojos toman una muchacha golpeada por todos
Una esclava ella es pero para mí una rosa deshecha
Escúchenme cantar
Mírenme bailar
Tocar ese laúd
Y comparte conmigo este baile
Mientras ella bailaba mis ojos empezaron a brillar
Allí estaba ella la doncella tan divina
Cómo pude me le acerque con mi perspectiva tan pobre
Su belleza era mucho más de lo que podía soportar
Así que pregunté si podía cantar una canción
Con un idioma de antaño y de erudición
Reunidos los hombres alrededor de nosotros la muchacha de harapos y yo
Pronto eran las melodías oídas por


Escúchennos cantar
Mírenos bailar
Canten con nosotros este cuento
Con palmadas
Las historias largamente olvidadas que nosotros todavía sabemos
Realizando nuestras habilidades dondequiera que vayamos
Yo acabo mi historia mientras recibo un beso
De mi muchacha la más adorada Beatriz

Escúchennos cantar
Mírenos bailar
Canten con nosotros este cuento
Qué la música mantendrá vivo.


Aquélla noche, el Juglar Extranjero se fue, y no mató a nadie.
 Y Tristan, que no creía en Inmortales, ni Espadas Malditas, ni en nada, se quedaba cada noche con la sensación de que ya había escuchado antes esa canción, y conjuraba a la Beatríz de la canción como un ser amado y hermoso.
 Y Tristan, que no creía en Inmortales, ni Espadas Malditas, ni en nada, miraba cada noche al acostarse por la ventana, sintiendo en el fondo de su alma, un extraño temor, pensando que, tal vez cualquier noche, tras el sonido del aullido de los Lobos, un jinete negro atravesaría el pueblo, con una espada ensangrentada en la mano, sin dejar alma con vida a su paso.



Continuará...

Elijahna

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