¿Cómo se crearon las rosas? ¿Cómo eran antaño? Estas son dos de las preguntas, que algunas personas se formulan así mismas, a lo largo de su vida.
En una casa a las afueras de Burgos, un muchacho, vivía con su familia. El muchacho, cuyos cabellos, despuntaban al alba, salió un día con su hermana pequeña, a jugar al jardín de su casa. La niña, que tenía tres años, agarró una rosa de uno de los rosales. Las espinas de la rosa, arañaron su piel. No lloró. Tan sólo, se dispuso a preguntarle a su hermano:
-¿Por qué las rosas, siendo tan bellas, hacen daño?
El muchacho, la sonrió. Apartó la rosa, de la mano de su hermana, y la sentó en sus piernas.
-Por que a veces, las cosas más dolorosas, son las más bellas.
-¿Y por qué?
-¿Quieres saberlo?
La niña, asintió, con una bella sonrisa dibujada en los labios.
-Te voy a contar una historia:
Cuenta la leyenda, que hace muchos muchos años, cuando aún los hombres, se valían de sus caballos, para ir a la guerra, existió un niño. Dicho niño, aprendió a ver la belleza de las cosas, a través del corazón, pues era invidente. Quería a su madre por encima de todo, y esperaba con más fuerza que nada, el nacimiento de su hermana. El padre, del niño, había fallecido hace unos meses, y desde entoces, el niño dormía con su madre.
El día en el cual, iba a podrucirse, el alumbramiento de su hermana, el niño, fue acompañado de su tía al hospital, para ver a su madre, y conocer el rostro de su hermana.
Cuando llegó, recibió un fuerte golpe de dolor. Una de las enfermeras, se acercó hasta ellos:
-Lo siento.-dijo.
La tía del pequeño, rompió a llorar, tras conocer la terrible noticia. La madre del niño, había muerto durante el parto, tras sufrir un paro cardiaco. El niño, con la mirada en un punto fijo, agarró con mucha fuerza la rosa que portaba en su mano derecha, que iba a haber regalado a su madre.
Por aquel entonces, las rosas, eran muy diferentes. Eran todas de color blanco. Su tallo era liso. Tan liso, como una fina superficie de madera. Carecían de olor.
Tanto lloró el niño, sobre la rosa, que hizo, que del tallo, brotasen espinas, que se clavaron como acechantes flechas, en su piel. Las espinas, dejaron huella en su mano, haciendo, que de esta, brotasen pequeños ríos de sangre, que tiñieron la rosa de color carmesí. Pero la faltaba algo. Pues aún seguía incompleta. El niño, fue llevado de la mano de la enfermera, a la sala de cunas, donde se encontraba su hermana. Se acercó a ella. Sin soltar la rosa de su mano, cogió a su hermana en los brazos.
No la veía, no veía su rostro, pero pudo percibir su olor, a través de la rosa. El olor a vida, que la niña, portaba en su piel, se trasladó a la rosa, quedando en esta, un olor imperecedero.
El niño, cerró los ojos, olió la rosa.
Al abrirlos, pudo ver el rostro de su hermana. Sus ojos, se habían curado. Ya no era ciego.
El niño, conservó la rosa en un jarrón, hasta el día de su muerte, pues esta, nunca se marchitó.
Algunas personas, dicen, que aquel niño, era un enviado de Dios, para completar las rosas, ya que al Señor, no le gustaban del todo.
Desde aquel día, las rosas, fueron rojas, su tallo, se cubrió de espinas, y sus pétalos, se empaparon, en un bello y dulce olor. Hoy en día conocemos más colores de rosas, pero desconocemos su origen.
El muchacho, concluyó su historia:
-¿Te ha gustado?
La niña, asintió sonriéndole.
-¿Sabes lo que nos quiere decir?
La niña, negó con la cabeza.
-Que las cosas más dolorosas, pueden llegar a ser las más bellas. Que tras una muerte, puede haber una vida. Por eso, nunca debemos guiarnos por el dolor, e intentar ver siempre, las cosas bellas, que hay, escondidas tras las dolorosas. Por que a veces, el mayor golpe de nuestras vidas, nos puede traer algo bello. Algo, que siempre, hay alojado, aunque tan sólo sea, algo muy pequeño e insignificante, que esté alojado en los más profundo de nuestro corazón. Las lágrimas, son el principio de una sonrisa inconclusa.
FIN
Rebeca
0 comentarios:
Publicar un comentario