Las sábanas irradiaban luz, pero
no la luz del sol sino la luz que
emanaba su cuerpo.
Cuerpo en el que me reflejo
cada día, espejo limpio en el que veo
mi propio ser.
Mi propio ser que ahora camina carente
de piernas porque el cuerpo al cual amo
las ha robado y se viste con cuatro piernas
y cuatro brazos.
Yo ya no poseo mis labios porque el amor
me los ha robado y los ha colocado sobre
su vientre en un eterno beso fundido a fuego
del cual jamás podré desprenderme.
Por no tener no tengo nada. Nada soy, nada tengo
La Nada inmensa vestida de paisana camina
ahora entre el gentío, me sonríe con sus labios
frívolos y siento como me besa con desgana
hasta dejarme totalmente vacío.
La nada se ha adentrado en mi ser hasta deshacerme
por dentro, hasta coagularme la sangre, hasta arañar
la piel de mi ajado corazón. La nada ya no viste de
paisana, la nada ahora se camufla entre el gentío
vestida con cuerpo de hombre. Mi cuerpo de hombre
cansado y fatigado que ha perdido la mirada porque
ahora ella la posee, que ha perdido el norte porque ella
me ha dado el sur, que ha perdido los labios porque ahora
mi beso es una eterna tortura sellada por siempre a su
vientre, que ha perdido los brazos para darle a ella apoyo,
que ha perdido las piernas para que ahora ella pueda caminar,
que ha perdido el aliento para darla a ella vida y que ha perdido
hasta el corazón para darle a ella vida después de la muerte.
Que si un día su corazón se detiene siga latiendo con el mío,
que bombee su sangre hasta expandirla por su difunto cuerpo
y que tirite el yugo de las estrellas porque beberán de esta ajada
voz que se ha tornado humana en garganta y que ha narrado
estos versos en esta apagada noche cristalina que se viste de tinieblas.
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