viernes, 12 de agosto de 2011

Los ojos que no veían

Se despertó en una mañana llena de niebla y oscuridad. La tenue luz, apenas iluminaba la estancia. Las cortinas ondeaban, con el viento de la mañana, y acariciaban los suelos, con suavidad.
La cama, estaba intacta, como si nadie la hubiese tocado. Sobre su cama, un crucifijo velaba sus sueños.
Estaba llorando. Abrió los ojos, con suavidad. Se desperazó, y se echó el pelo por detrás de los hombros.
Betsabe, era una muchacha hebrea. Nada más nacer, fue enviada a un convento, donde las monjas, la dieron la educación necesaria. Era muy creyente, pero aún así, la faltaba algo. Betsabe, era una muchacha muy egoísta. Lo quería todo para ella, y tenía veinte años.
La muchacha, se abrazó el cuerpo. Tenía frío. Era un sueño. Su sueño. Algo irreal al mismo tiempo que real.
No había nadie en la habitación, y se sentía sóla. Ella, vivía con su perro. Abrió la puerta de la habitación sigilosamente, y bajó sigilosa al salón.

Vio a su perro, y una mano a su lado.
Un niño, acariciaba al perro. Un niño de unos tres años. El niño, tenía un aspecto mugriento. Sus ojos verdes estaban sumidos en tristeza, y sus cabellos, negros, en la noche.
La sonrió.
Betsabe, puso cara de ignorancia. Sabía que era un sueño, y que no era real:
-¿Qué haces aquí niño?
El niño, la miró, pero no la respondió, y continuó acariciando al perro.
-¿Me has oído niño? ¿Qué haces en mi casa?
-Estaba sólo.-dijo el niño, con lágrimas en los ojos.
-¿Y a mi que me importa?-dijo Betsabe, en un tono de ignorancia.
-Creía que si.
La muchacha, se dejó caer al suelo. Vio a niños. A todos los niños, que ella, había hecho daño en su infancia. A todos los niños, que había echado de su casa, cuando iban , a pedirla limosna, o algo de comida. A todos los niños, que ella, misma repudiaba. A los niños pobres.
Betsabe, miró al niño de nuevo. La sonrió.
-No tienes derecho a hacerme esto.-dijo la muchacha, irritada.
El niño, no dejó de sonreírla.
Betsabe, se dirigió hasta él. Le cogió por las axilas, y le llevó hasta la puerta de su casa.
Abrió la puerta, y le dejó caer al suelo.
El pequeño, comenzó a llorar:
-Y si puede ser, no vuelvas a pasarte por mi casa,  aquí no hay comida.
El niño, la miró:
-Yo, no quiero comida.
Betsabe, frunció el entrecejo:
-¿Entonces que quieres?-dijo suspirando.
-Quiero que cambies.

Betsabe, se quedó pensativa. ¿Cambiar en qué?
El pequeño, estiró las manos, hacia ella. Betsabe, rompió a llorar. Le agarró las manos con suavidad. Había llagas en su piel. Le cogió en sus brazos, y le abrazó con fuerza. Le besó en las manos. El niño, no dejó de sonreírla. La tendió una rosa.
Al día siguiente, cuando despertó, todo estaba igual, que en su sueño. Bajó al salón, esperando encontrar al pequeño. El niño, no estaba. No había nadie en la casa. Pero si había algo, y es que, la hermosa rosa roja, estaba allí. Y estuvo allí para siempre. Hace un mes, Betsabe, murió, al ser ya muy anciana, y se encontró de nuevo con el pequeño, cuyos labios, siempre estaban sonrientes.
Rebeca
Fin

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